Te venden una película. Las críticas la aclaman como una
obra de arte y tú te lo crees. ¿Por qué no ibas a hacerlo? Así que te decides a
ir al cine con altas expectativas. Te colocas las gafas 3D, porque una pieza
audiovisual de esta talla bien merece gastarse algunos cuartos más, y aguardas
sentado que comience el espectáculo. Una vez se termina la proyección sales del
cine enfadado contigo mismo por tragarte las críticas de los medios y por
confiar en las opiniones de todo el mundo como si de una verdad incontestable
se tratase. ¿Qué ha pasado durante esos 91 minutos? Lo que pasa siempre: ¡tampoco
era para tanto!